Todo lo que cabe en un primer campamento de verano
InfanciaRecuerdo perfectamente el día que me apunté a mi primer campamento. Algunas niñas de mi clase habían ido el verano anterior y se pasaron todo el curso hablando maravillas. Yo aún tenía el recuerdo de dejar a mi hermano y mis primos en el autobús cada principio de julio, verles desaparecer casi sin despedirse por la emoción del reencuentro e irme a casa con mi madre y mi tía diciéndome “otro año irás tú, aún eres muy pequeña”. Así que, en cuanto vi que ya teníamos edad, pedí ir.
La preparación pasó por llenar un carro de supermercado hasta arriba. Químicos anti-todo, ropa interior como para usar triple capa, un saco plegable dentro de una bolsa plegable que nadie volvió a plegar igual, las botas más caras que me hayan comprado en mi vida, el pijama con puntilla que me regaló mi abuela en la comunión, snacks para alimentar a todo el albergue y, aún así, la noche de antes, cerrando la maleta… “la linterna, ¡mamá!”. Pronto supe que la linterna era casi lo más importante.
Me llevó mi madre y de camino nos perdimos. Yo estaba atacada, al final no coincidiría con mis compañeras de clase y la idea de pasar 10 días en ese sitio que parecía tan lejano estaba dejando de ilusionarme. Creo que es la primera vez que viví esos nervios que te hacen sentir atiborrada de emociones, entonces casi desconocidas, que no dejaron pasar ni el Cola-Cao fresquito a mi estómago esa mañana.
El primer día se pasó entre la eternidad y el chasquido. Como niña, vas desesperadamente buscando elementos que te den seguridad: el monitor que parece majo, la habitación cerca del baño o que la comida tenga buena pinta… Como monitora tienes la seguridad de que la niña que ves el primer día no será la misma que la que verás marchar.
Para mí los campamentos son lugares intermedios donde cabe todo lo que no cabe durante el extenuante curso escolar. Las pautas se reducen a lo básico: hora de despertar, de comidas y de dormir, entre medias lavarse los dientes un par de veces y, si toca, ducharse.Hay una programación con actividades, talleres, juegos y excursiones, que sí sirve de excusa para lo principal: conocernos y relacionarnos con otrxs, con nosotrxs mismxs y con el medio. En realidad, es una experiencia que se va construyendo cada día entre el grupo de personas de todas las edades y procedencias que tenemos la suerte de estar, por unos días, alejados del mundo. Un descubrir constante donde hay muchas más posibilidades que restricciones. De campamento yo no era ni la más lenta de la clase, ni la empollona, ni la desordenada, ni la pequeña de la casa; y eso hacía que me atreviera a echar carreras, a hablar y preguntar lo que quisiera, que me responsabilizara de mis cosas y que me sintiera crecer por momentos.
No sé si se puede leer todo lo que hay dentro del párrafo anterior. Por si acaso, sintetizo. Que una niña o un niño pueda disfrutar de un campamento de verano es regalarle un espacio de empoderamiento, una experiencia de corresponsabilidad, un sentimiento de pertenencia a un no-lugar del que siempre será parte, y una oportunidad de escucharse y construir su propia identidad.
Desde Open Motivation, creemos firmemente en el poder de las primeras veces. Fomentamos experiencias transformadoras y creamos una red de apoyo que facilita estos primeros momentos cruciales. Juntxs, ayudamos a construir la confianza y el crecimiento personal necesarios para que cada primera vez sea el inicio de algo extraordinario. ¡Atrévete!